viernes, 5 de mayo de 2017

La segunda piel





Su presencia –extranjera, autista- se fue haciendo un ruido sordo que bien podría explicar mis acúfenos. Y si no sabe qué es un acúfeno le resumo: un sonido a televisor sin señal que se instala en el oído medio y no deja dormir.

Sigo, nada tengo en contra de los nombres extranjeros, agradezco eso sí que el apellido se le asemeje, que se agarren de la mano, que se besen, que convivan armónicamente. No fue mi caso, un día aciago mis padres tomaron la liviana decisión de bautizarme Yenny Astrid, y no, no eran norteamericanos, tampoco rusos, si acaso ávidos de radionovelas y un poco irresponsables.

¿Para qué se elige un nombre? ¿Para satisfacer a una rama familiar?, ¿Para obtener una reivindicación del propio nombre?, ¿Para suponer un reemplazante de alguien que ya no está?, ¿Para pagar las deudas impagas?, ¿Para seguir una tradición familiar o religiosa? Las determinaciones pueden ser múltiples y las arborizaciones imaginarias también.

“El nombre es una segunda piel que envuelve al niño y le sirve de límite entre su cuerpo y el cuerpo del otro”, hasta ahí todo bien, si mi analista no se equivoca soy una  simple y mortal neurótica, obsesiva eso sí, y con límites delineados hasta donde mi cuerpo y cabeza de mujer lo permiten.


Del por qué escogieron mi nombre:


Lo que dice ella: no hay un claro recuerdo, varia entre una radionovela que pasaban en esa época o una novia que tuvo tu padre, un silencio largo, mira hacia el cielo, no, nada significativo.

Lo que dice él: no dice, está muerto, pero me nombraba como su “gatita”, y me decía Yenny cuando estaba enojado.

Yenny Astrid: ese nombre dado por el otro, desde su universo personal e intransferible, ese nombre con el que nunca pude identificarme, ese nombre que conlleva un sentido, un deseo, un goce, y un puto enigma, ese nombre me lo voy a quitar de encima, y usted querido lector será testigo mudo, -o no, puede dejar comentarios abajo-.

Si del Nombre del Padre hay que servirse, ¿qué implica apropiarse y servirse del nombre propio? Yenny, te escribí con Jota para agarrarte de la mano, te acompañe de Astrid para firmar papeles, cédula, pasaportes, contratos… te acaricié y acepté con diminutivos puestos por otros: yen, yenisita, yenita. Puta madre, que mal que me caes, no hay manera de quererte.

A los que me conocen y seguramente se van a enojar por esta responsable y amorosa decisión les cuento: podrán seguir diciéndome bruja, corazón, amiga, nie, nachisin, hija, señora, tía, femme, querida, hermanita linda, la colombiana, señora escritora, etc.

Prometo de corazón no ser tan irresponsable como Pessoa, que abusó de sus heterónimos, intentando fallidamente tener un nombre propio, allí donde del Nombre del Padre no podía servirse.

Seré Juana: Juana Pineda, nacida en Latinoamérica, la hija, la hermana, la tía, la mujer, la escritora, la amante, la amiga, la enamorada de su vocación, la que es su palabra, la que vive en presente, Juana la próspera, conectada con su intuición.

Esta noche haré un ritual, me serviré de un viejo amigo, que me celebró en pasado y me sigue celebrando en presente. A ti, Javier, te nombro mi sacerdote, te impongo darle muerte a ese viejo nombre que en nada me representa, usa tus poderes de brujo, juega, inventa, conspira, bautízame Juana Pineda y emborráchame que hoy es viernes y la noche es nuestra.


Posdata a mis padres:
A ustedes, Martha, Oscar, todo mi amor y agradecimiento, este acto representa un gran desafío, se que soy el sueño que soñaron. Me separo, muero y renazco, incluyéndolos.